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Desde ya les agradezco a todos y pido disculpas si no se agrega la fuente por que muchos correos no la poseen y para no cometer errores no se agrega pero en este pequeño equipo estamos muy agradecidos para con todos. Muchísimas Gracias a todos en general por su valiosa información y por su cordial atención.

Equipo Infinito.



sábado, 7 de noviembre de 2009

El Mito de la Cruz en el Cielo


Nemec era el mejor cazador de la tribu de los mocobíes, tribu cuyo origen lo encontramos en el sur del Chaco, Argentina. Su habilidad y destreza le daban fama entre su gente. No había animal que pudiera escapársele. Y no había rival que pudiera competir con él.

Al acercarse el día en que se iba a llevar a cabo la fiesta más importante de la tribu, el cacique se dio cuenta que las plumas con las que se adornaba la cabeza y el cuerpo, estaban ajadas, resecas y descoloridas. Recordó que un día su padre le había dicho que existía un animal que tenía las plumas más hermosas que pudiera imaginar. Se trataba de Manic, el ñandú. Por lo que el cacique, decidido a conseguir esas plumas, llamó a Nemec y le pidió que vaya por el ñandú y por sus plumas.

Entonces el joven cazador se dispuso a emprender la misión.

Antes de partir escuchó las palabras de los sabios de la tribu. ”Es el animal más rápido que puedas imaginar, aunque le cuesta un poco tomar velocidad”, “Manic nunca deja de estar atento a su alrededor por lo que es difícil cazarlo”, “sus huellas son como las de un ave, pero mucho más grandes”, “sigue el camino hacia el sur, pues allí vive el ñandú”… Nemec escuchó con humildad y a la mañana siguiente emprendió el viaje en busca del animal.

Caminó durante días y días sin perder la calma, ni las esperanzas. Anduvo por selvas, bosques, llanuras. Cruzó ríos. Soportó el frío y el viento. La noche y la soledad.

Tanto caminó Nemec que los paisajes que lo acompañaban se fueron haciendo menos altos y más secos y desoladores. El aire infundía vientos de tristeza que sonaban a silbidos lejanos. Y en medio de tanto suelo marchito, encontró un día al ñandú. Lo descubrió comiendo tranquilamente los duros pastos de la región. Su largo cuello se hundía sobre el piso buscando el alimento. Sus patas eran largas y finas a comparación del cuerpo gordo y pesado. Sus plumas eran grandes y bellas. Su sola presencia infundía de vida a una tierra por demás de agreste. Nemec se sentó maravillado a observar al animal.

Así permaneció un tiempo hasta que Manic, el ñandú, se percató de la presencia del hombre y se alejó corriendo. Para Nemec éste era el inicio de la caza. Entonces se dispuso a seguir las huellas del animal, que caminaba hacia el sur.

Fue un juego entre dos contrincantes de excelencia. Iban ambos rumbo al sur. Uno escapando a grandes velocidades. El otro siguiendo la huella con paciencia y tratando de acercarse lo más posible al animal. La persecución duró días. El joven se sentía cada vez mas cerca del animal. Aunque nunca llegó a estar lo suficiente como para arrojar su lanza.

Pero un atardecer Nemec se acercó a Manic lo suficiente, sin que éste pudiera reaccionar a tiempo. Entusiasmado el joven tomó su lanza y se dispuso a correr para arrojársela al animal. El ñandú desprevenido se percató tarde de la presencia del hombre y comenzó a correr, pero le costaba tomar velocidad para escapar. El joven estaba a punto de lanzar su arma, cuando vio con extrañeza cómo Manic empezaba a tomar vuelo, elevándose por los aires.

Nada pudo hacer el hombre. Con su lanza caída en su mano, el joven se quedó parado en el suelo del mundo, viendo como el animal se alejaba majestuoso por los aires, dejando tras de si, algunas plumas olvidadas y las huellas de su andar que se perdían. El ñandú voló rumbo a la noche que se avecinaba y fue desapareciendo de a poco. Mientras se iba, el joven pudo ver como de la cabeza, de sus pies, y de la punta de ambas alas, nacían cuatro estrellas que se iban haciendo más brillantes en el firmamento a medida que la figura de Manic desaparecía.

Nemec, por primera vez en su vida, volvió a la tribu sin su presa, pero con el corazón colmado por la entereza del animal, que había podido escapar convirtiéndose en firmamento, y que ahora caminaba junto a él, dibujado en el cielo, marcando con sus estrellas una cruz rumbo al sur.

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