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viernes, 1 de julio de 2011

¿Sobrevivió el zar Alejandro I?, Un Vagabundo que Podría ser el Zar



A la muerte del zar Alejandro I, Rusia llora al vencedor de Napoleón. Sin embargo, nadie puede dar un testimonio certero sobre la identidad del cadáver presentado como el del zar.

El drama de Alejandro I empieza una noche de marzo de 1801. Joven zarevitz, Alejandro acepta participar en un complot contra su padre, el impopular Pablo I. Los conjurados, el propio estado mayor de Pablo I, prometen al joven exiliar al soberano depuesto a un retiro apacible. Pero no cumplen lo prometido y, el 23 de marzo, se lleva a cabo una verdadera carnicería en los aposentos del zar. Cuando Alejandro I se entera, es demasiado tarde. El no deseaba la muerte de su padre, pero se siente responsable. De naturaleza muy creyente, casi místico, un sentimiento de culpa y un profundo arrepentimiento por lo sucedido lo acompañarán por el resto de su vida. Corre el rumor que Alejandro no murió. Diez años más tarde un extraño vagabundo llamado Fedor Kusmich recorre las llanuras de Siberia...

Rusia a principios del siglo XIX
La dinastía de los Romanov reina sobre el imperio ruso desde 1613. Nieto de Catalina II e hijo de Pablo I, Alejandro I es zar desde 1801 hasta 1825, aliado y posteriormente enemigo de Napoleón I. Rusia es entonces el miembro preponderante de la Santa Alianza, pacto establecido en 1815 con los soberanos de Austria y de Prusia reunidos por un ideal cristiano común para prestarse ayuda y asistencia mutua. Al mismo tiempo, el Imperio ruso continúa su expansión tanto en el Cáucaso como en Armenia y en los Balcanes. Sin embargo, el país está política y económicamente atrasado con respecto al resto de Europa. La única respuesta a los levantamientos campesinos son las ejecuciones masivas y las deportaciones a Siberia: la esclavitud sigue vigente en un imperio donde los nobles están muy apegados a sus privilegios.

Un zar melancólico
Alejandro es amado por el pueblo ruso. No es un gran demócrata, pero tras Catalina II y Pablo I, parece moderado, permitiendo por ejemplo, a los siervos comprar su libertad. En 1812, salva a Rusia expulsando a las tropas francesas del país.

Tres años después, a la caída de Napoleón, se encuentra en el apogeo de su gloria. Viene un periodo de calma: la melancolía lo carcome, la inacción le pesa; recorre sin cesar su imperio, buscando escapar de sus recuerdos. Es entonces cuando unos misteriosos personajes, la mística baronesa de Krüdener y el visionario lionés Bergasse, lo convierten al protestantismo metodista. Hace mucho tiempo que Alejandro sueña con abandonar el poder. No deja de repetir a sus cercanos que abdicará antes de cumplir 50 años. Un año antes de su desaparición, escribe a Guillermo de Prusia diciéndole que quiere dejar la corona a su hermano Nicolás y retirarse para vivir como ermitaño.

Monarcas que renunciaron al poder Alejandro I es un caso sin paralelo.
Sería el único soberano conocido en haber simulado su muerte para dejar el poder y sumirse en el anonimato. Podemos encontrar en cambio cierto número de casos de abdicación, cuya frecuencia varía según la época, la cultura y el país. Así, en España, durante mucho tiempo fue normal que llegada cierta edad el soberano abdicara en favor de su primogénito; un retiro que fue asumido en primer rugar por Carlos V y luego por su sucesor Felipe V, que deja el poder a su hijo Luis en 1724. Sin embargo, debe volver a subir al trono ocho meses más tarde, tras la muerte prematura del joven rey. Reina hasta el año 1746, es decir, 22 años después de su abdicación... Sus descendientes, Carlos IV y Fernando VII, también abdican.
Un rey abdicó dos veces: Pedro IV de Portugal. Hijo del rey Juan VI, Pedro escapa al Brasil cuando los franceses invaden Portugal en 1807. Cuando su padre vuelve a Portugal en 1821, rehúsa acompañarlo, y se hace proclamar emperador del Brasil bajo el nombre de Pedro I. Pero a la muerte de Juan VI, en 1826, es designado por el Consejo de regencia como rey de Portugal. Vuelve a Lisboa sólo para modificar las instituciones y abdicar en favor de su hija María II. Poco después, el trono de María II es usurpado por el regente Miguel. En 1834, Pedro abdica una segunda vez, en Brasil, en favor de su hijo, y vuelve a Portugal, donde restablece a su hija en el trono.
En Francia, ningún soberano abdica antes de Carlos X, en 1830. El hermano de Luis XVI abandona el poder después de la sublevación de Paris; Luis Felipe hace lo mismo en 1848. Durante el siglo XX, en otros países, distintos monarcas deben renunciar a su cargo bajo presiones políticas: el zar Nicolás II en 1917, el emperador Guillermo II, en 1918, y el rey Víctor Emanuel III de Italia, en 1946. El caso de Eduardo VIII, rey de Inglaterra, es el más emocionante: es por amor que abdica en 1936.

¿Murió Alejandro en Taganrog?
El 16 de noviembre de 1825, Alejandro llega a su castillo de Taganrog, en las costas del mar de Azov. Acaba de cumplir cincuenta años. Quince días más tarde, anuncian su muerte. Oficialmente, el zar murió de un ataque de fiebre de paludismo. Numerosos documentos lo atestiguan, pero lamentablemente son poco confiables: analizados más detenidamente, los relatos de los "testigos" de la muerte de Alejandro son contradictorios.
El informe de la autopsia lleva las firmas de médicos que confesaron no haber estado en Taganrog ese día: se trata evidentemente de un documento falso. Por lo demás, las conclusiones de este documento están en contradicción con lo que se sabe de Alejandro: Ninguna mención de hipertrofia del bazo, síntoma evidente del paludismo; la descripción de una cicatriz en la pierna derecha, cuando es de la izquierda que Alejandro sufría; rastros de una lesión encefálica secuela de una sífilis que Alejandro jamás padeció.

Conforme la costumbre, el cadáver es expuesto varios días en público. En la iglesia de Taganrog, los visitantes quedan sorprendidos: la cara del soberano está irreconocible, casi descompuesta. El príncipe Volkonsky, encargado de los restos, escribe: "la cara está ennegrecida por el aire húmedo y los rasgos del difunto están completamente cambiados". Finalmente, cuando, 40 años después de la muerte del zar, su sobrino nieto Alejandro III hace abrir la tumba para terminar con los rumores, sólo encuentra ¡un ataúd vacío!

El extraño starets de Krasnoretchensk
Doce años después de la muerte del zar, en el otoño de 1836, un sorprendente personaje de unos sesenta años es tomado preso en la provincia de Perm. Este caballero de ademanes nobles se presenta como un vagabundo de nombre Fedor Kuzmich, de vuelta de un largo viaje por tierra Santa. Los policías quedan sorprendidos por su soltura y sus aires de gran señor. Pero, conforme a las leyes en contra de la vagancia, el prisionero es deportado a Siberia. Este no protesta. Durante largos años trabaja en una destilería y después en una mina de oro. Pero Kuzmich no es un hombre ordinario. Brota de él una nobleza moral solo igualada por su piedad y, poco a poco, llega a ser considerado como un starets , un hombre santo. Instalado en una pequeña casa en Krasnoretchensk, Fedor Kusmich no pide nada. Sin embargo, numerosos visitantes, como el obispo de Irkutsk, vienen a entrevistarse con él. El hombre sorprende: habla varios idiomas extranjeros, conoce perfectamente todos los acontecimientos políticos y a los grandes dirigentes, se apasiona cuando cuenta, con una precisión increíble, la guerra de 1812 y los detalles de la entrada del zar Alejandro en Paris. Todos los testimonios concuerdan: sólo se puede tratar de una persona que haya vivido esos acontecimientos desde una alta posición en el Estado. Un antiguo soldado de vuelta de campaña, cruzándose un día con el hombre santo (al que no conoce, se arrodilla frente a él: reconoció a su amo, el zar Alejandro. Fedor Kusmich se enoja y calla al soldado: "yo soy sólo un vagabundo" repite varias veces.
Desde entonces los historiadores están en busca de la verdadera identidad del starets . Algunos documentos prueban que el vagabundo recibió en secreto la visita de varios miembros de la familia imperial: no es imposible que Fedor Kusmich y Alejandro I sean el mismo hombre.

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