Atención Por Favor.

Ante todo nos dirigimos y agradecemos a todos por la ayuda que nos dan con este blog ya sean seguidores, oyentes del programa de radio y por sobre todo a todos aquellos propietarios de webs, blogs, libros y todos los lugares donde han obtenidos la información y nos han acercado a nuestro mail para que podamos publicarlas en este humilde blog, para que todas las semanas desde hace ya 7 años podamos compartir en dos emisiones las tantas historias, enigmas y misterios del universo que se van pasando de generación en generación y así reflejar esas viejas leyendas, historias, enigmas y misterios que de niños oímos mas de una vez y que nos asustaban en algunos casos como también en otras nos enseñaban a valorar y respetar esas narraciones.

Desde ya les agradezco a todos y pido disculpas si no se agrega la fuente por que muchos correos no la poseen y para no cometer errores no se agrega pero en este pequeño equipo estamos muy agradecidos para con todos. Muchísimas Gracias a todos en general por su valiosa información y por su cordial atención.

Equipo Infinito.



viernes, 11 de enero de 2013

Las Figuras De Acambro

Los estudiosos no se enfrentarían a un serio problema si huellas como las de Glen Rose y otras fueran las únicas que sirvieran para apoyar la tesis que sostiene que una supuesta humanidad habría convivido con los dinosaurios. En un edificio de la municipalidad mexicana de Acámbaro, en el estado de Guanajuato, se almacenan miles de figuras de barro que representan seres y escenas diversas. Entre ellas destacan gran numero de estatuillas antropomorfas, y lo que es más desconcertante, un sinnúmero de representaciones de reptiles prehistóricos. ¿Quién fue capaz de esculpirlas sin saber como eran los dinosaurios? ¿Quién las llevó hasta allí? ¿Quién las descubrió?. Un tal William N. Rusell habló ya de ellas en 1935, en un texto titulado"Report on Acámbaro". Hasta la fecha, los estudios han arrojado un resultado dispar. Por una parte, las figuras recopiladas por el profesor Charles Hapgood en las inmediaciones de la localidad y que parecían ser del mismo tipo que las anteriores, poseían la suficiente materia orgánica como para ser sometidas a la prueba del carbono 14. Los análisis arrojaron que tenían entre 3.600 y 6.500 años de antigüedad. 

Por otra parte, Arthur M. Joung, patrocinador de las investigaciones de Hapgood, envió muestras ala Universidad de Pennsylvania para que fueran sometidas a pruebas de termoluminiscencia. Los primeros resultados dieron una antigüedad de 4.500 años, lo que provoco encendidas discusiones en torno a la validez de la termoluminiscencia como método de datación. Tras una segunda prueba se determino la imposibilidad de ofrecer una fecha precisa como consecuencia de las características anómalas de las piezas. Un tercer análisis estimo su edad máxima en 2.000 años y, para complicar mas el asunto, otro grupo de expertos concluyo las figuras eran modernas, aunque prefirieron guardar silencio una vez que conocieron el origen de las piezas... 

El Misterio de la Casa de Amityville

“Se vende casa colonial de tres plantas, con seis habitaciones, tres cuartos de baño, sótano, embarcadero y jardín propio; entorno envidiable, junto al río y en un tranquilo pueblo. Sólo 80.000 dólares (poco más de 52.000 euros)”. Referencia: Amityville. 

Sólo ya el nombre de la localidad produce escalofríos. Y es que para los que no conozcan la historia real de lo ocurrido en aquella casa, aún le quedan los recuerdos de aquella terrorífica película que dio a conocer los hechos sucedidos en noviembre de 1974. 

La mañana del 15 de noviembre de 1974, Ronald deFeo se presentó en el bar del pueblo, aterrorizado y gritando que habían matado a toda su familia, sus padres y sus tres hermanos. Cuando se presentaron en el 412 de Ocean Avenue, los vecinos de Amityville contemplaron con horror la masacre sangrienta que se repartía por toda la casa. Habitación por habitación los miembros de la familia deFeo fueron apareciendo ante sus ojos, asesinados, en medio de un gran charco de sangre y todos, curiosamente, en la misma postura. Poco después descubrirían que habían sido sedados la noche anterior con somníferos y que por lo tanto no llegaron a enterarse de la presencia del asesino. 

Evidentemente, el principal sospechoso fue el propio Ronald deFeo, el hijo de 17 años que había conseguido escapar. Y poco tardaron en averiguar su espíritu conflictivo y atormentado. Ronald deFeo terminó por declararse culpable de todas las muertes, pero adujo no haberlo hecho conscientemente. Según el niño, que hoy cumple una condena de 28 años, fue una fuerza sobrenatural y demoníaca la que le poseyó y disparó por él. 

Rumores de todos tipo, leyendas y demás historias comenzaron a circular entonces por Amityville. Con el paso de los días, la casa se devaluó tanto que una familia, los Lutz, se atrevieron a comprarla y trasladarse a vivir allí. Era diciembre de aquel mismo año, 1974. 

Y los extraños sucesos volvieron a reproducirse poco a poco. Apenas pudieron vivir 28 días en la casa de Amityville. Todo comenzó nuevamente, con puertas que se abrían y cerraban, con manchas que aparecían en distintos lugares de la casa, con ruidos extraños, y con una presencia sobrenatural que Louis Lutz decía sentir. Día tras día la familia vivía escenas cada vez más terroríficas. La señora Lutz comenzó a soñar con los crímenes sucedidos en la casa… sólo que en sus sueños la familia asesinada era la suya propia. Según el propio señor Lutz, su esposa empezó a comportarse “como una bruja”… había llegado el momento de marcharse, no sin antes avisar al Padre Pecoraro, párroco de la iglesia del pueblo, quien acudió a la casa para bendecirla. 

Según el cura, nada más entrar escuchó una voz que le gritaba que se largara de allí, y violentamente fue expulsado del interior de la casa. Luchó por entrar, pero no pudo… 

Hasta aquí los hechos reales que realmente han podido constatarse, el asesinato de la familia deFeo, la presencia de los Lutz y la bendición del Padre Pecoraro. 

Cuenta la historia que desde entonces, desde la partida de los Lutz, la casa se ha mantenido deshabitada y en venta… Es la versión más misteriosa del caso de Amityville, pero que ciertamente podría esconder un fraude tras ella. 

Evidentemente, los investigadores han estudiado el asunto en profundidad, y se ha descubierto que en aquel lugar antiguas etnias indias dejaban morir a sus miembros locos o enfermos, pero, independientemente, de sucesos anteriores y de que realmente los asesinatos sí ocurrieron, lo que ya puede que no sea tan cierto es el motivo que los justificó. 

Ronald deFeo se evitó una condena mayor aduciendo ese enajenamiento mental producido por la posesión de su cuerpo, y sobre todo, los Lutz, hicieron de aquella historia un negocio muy rentable, pues dieron la exclusiva a Jay Anson quien escribiera el libro “The Amityville Horror” que se acabaría convirtiendo en un best-seller con películas incluidas a sus espaldas. Sin embargo, los Lutz fueron denunciados por otro editor que quería esos derechos y se vieron forzados a explicar en juicio que ciertos hechos que habían contado podían no ser del todo ciertos, como la levitación de su esposa, o la tormenta eléctrica que azotó la casa el día de su partida (cuando los partes meteorológicos no detectaron nada en aquel día). 

Lo cierto también es que la leyenda urbana se ha encargado de ir engordando cada vez más la historia, y se han podido leer cosas como que a Louis Lutz se le comenzaron a caer los dientes; que en cierta ocasión todos los muebles del salón de la casa dieron vueltas por toda la habitación o como el mismo hecho de que se diga que la casa está deshabitada desde entonces. Realmente, poco después la casa fue comprada por los Cromarty quienes siempre mantuvieron que en la misteriosa casa de Amityville, durante su estancia allí, jamás había ocurrido nada fuera de lo normal, lo mismo que también sostienen sus actuales propietarios, los Wilson, quienes aducen que lo único realmente fuera de lo normal es el continuo acoso que sufren por parte de los turistas que día tras día se meten en sus posesiones para tomar fotos o investigar. 

El Misterio los Illuminati

Mencionar tan sólo el nombre de esta orden de los Illuminati es sin duda una invitación a formar parte del mundo de los engimas, leyendas y misterios que se originan en torno a esta sociedad secreta también conocida como la Orden de los Perfectibilistas o Iluminados de Baviera. 

Historia de los Illuminati 

Fue una sociedad secreta fundada el 1 de mayo de 1776 en Ingolstadt, Baviera, Alemania por el alemán Adam Weishaupt. Illuminati en latín significa "Los Iluminados". 

Los Illuminati se originaron en los cultos precristianos y en las masonerías del mundo antiguo y medieval. 

Tras su fundación, Adam Weishaupt (frater Spartacus) logró reclutar a su causa a un gran número de pensadores, filósofos, artistas, políticos y analistas; atrajo a jóvenes estudiantes y personalidades como Adolf von Knigge, con quien escribió el Rito de Los Iluminados de Baviera. 

Los Illuminati bávaros se extendieron rápidamente por Austria y otros puntos de Europa, afiliando a personalidades de la talla de Herder, Goethe, Cagliostro y el Conde de Saint-Germain, entre otros. 

El famoso Conde de Cagliostro creó la Masonería egipcia y fue asesinado en los calabozos de la Inquisición. 

Una vez que Adam Weishaupt se percató del gran éxito que estaba teniendo con este movimiento, tomó la determinación de afiliarse a las logias francmasónicas de Baviera y luego de Europa, después ordenó la infiltración y el dominio de la misma. Sin embargo sus planes fracasaron, ya que en una reunión en 1782 de la masoneria continental, se enfrentó ante la oposición de la Gran Logia de Inglaterra y los recelos de Los Iluminados Teósofos y del Gran Oriente de Francia. 

Por su parte El Elector de Baviera, al intuir el peligro que significaban Los Illuminati para la Iglesia católica y las monarquías, por su ideología revolucionaria, igualitaria y libertaria; aprobó un edicto contra estos y la masoneria el 22 de junio de 1784. 
Consecuentemente hubo persecuciones y se arrestaron a sus miembros hasta erradicarlos por completo. 

Para 1785 Weishaupt marchó al exilio de Ratisbona. Dirigió la orden desde el extranjero, falleciendo el 18 de noviembre de 1830. 

Símbología Illuminati 

A través de la novelas es como se ha difundido que los Illuminati poseen símbolos determinados, a través de los cuales se hacían reconocibles a los iniciados e ingeniosos simbologistas. 

Las apariciones de los Illuminati en la cultura popular ha sido realmente diversa y más que sorprendente como es en el caso de los billete de un dólar norteamericanos que son usados hoy en día y donde aparece el "Ojo que todo lo ve". 

Aunque no es un símbolo de origen cristiano y no se lo menciona en la Biblia, todavía hasta hoy es asociado con el ojo de Dios o de Yahvé, el cual representa su omnisciencia y cobró importancia a partir del Renacimiento. Su verdadero origen se encuentra en el simbolismo del Udjat u "Ojo de Horus", antiguo dios egipcio que representa al Sol. Este símbolo fue introducido por órdenes del presidente estadounidense y miembro de los Shriners, Franklin Delano Roosevelt en 1933. 

Los Illuminati tenían también otro símbolo para su "escuela secreta de sabiduría", este era el Búho de Minerva, la diosa de la sabiduría. Este símbolo, igualmente se puede encontrar en el billete de un dólar en el margen superior derecho del lado donde se encuentra la cara de George Washington, a una escala minúscula. También se le asocia a la sociedad del Bohemian Club. 

miércoles, 9 de enero de 2013

El Misterio De La Isla Flannan

En la islas Flannan se encuentra uno de los faros más remotos de Escocia, este faro ha avisado del peligro a los barcos durante más de 100 años. Sin embargo durante una semana del Diciembre de 1900, el faro permaneció apagado. El mal tiempo retardó la visita del barco de salvamento casi una semana, cuando por fin pudo llegar a la isla el día de San Esteban del 1900 no descubrió ni rastro de los tres guardafaros que se encargaban de mantener encendida su luz. 

La luz del faro destelleaba 2 veces cada medio minuto. En condiciones óptimas de tiempo, podía verse desde una distancia de hasta 40km. Aunque normalmente la niebla envolvía la isla y la visibilidad reducía este alcance, era en estas condiciones cuando su rayo de luz se convertía en vital para los barcos de la zona. Un equipo de tres guardafaros se encargaban del mantenimiento del faro. Cada dos semanas un barco llegaba a la isla con provisiones y con otro equipo de guardafaros para reemplazar el turno anterior, la isla no era un buen lugar para estarse mucho tiempo. 

El faro de 23 metros de altura, fue construido en 1899 en el punto más alto del islote más grande de los 7 que componen el grupo de islas, llamado Eilean Mòr. 

El 7 de Diciembre de ese año, llegó un nuevo turno de guardafaros encabezado por guardafaro jefe James Ducat, formaba también parte del grupo Donald Macarthur que había ocupado el puesto del primer asistente habitual, William Ross, que había caído enfermo. Macarthur trabajaba como guardafaro sólo ocasionalmente cuando alguno de los regulares no podía acudir. El asistente segundo era Thomas Marshall. 

Acompañando a los tres en el barco de servicio estaba el Superintendente del Northern Lighthouse Board, Robert Muirhead. El superintendente bajó con ellos a la isla para comprobar que todo estaba correctamente y tras comentar algunos detalles se marchó. Muirhead sería la última persona que vería a los tres guardafaros con vida. 

Durante la semana siguiente, como era habitual, la isla era sometida a observaciones regulares desde tierra mediante un telescopio. En caso de emergencia, los guardafaros podían izar la bandera adecuada y se les enviaría ayuda de manera inmediata. Sin embargo el faro, era muchas veces ocultado por la niebla, por lo cuál no había garantía de que en caso que se izara la bandera la señal fuera vista desde tierra. De hecho fue este uno de los problemas que Ducat y Muihard habían comentado durante su corta estancia. 

Durante las dos semanas posteriores la niebla ocultó la isla. Por lo que no fue visible desde tierra hasta el 29 de Diciembre. Por el contrario la luz del faro fue visible el 7 de Diciembre, aunque los 4 días posteriores la niebla también la obscureció. Aunque fue vuelta a ver el día 12, después de este día no se volvió a ver durante 15 días. 

Fue el día 15, el vapor SS Archtor a su paso cerca de la isla el primero en echar en falta la luz. Su capitán juzgó que el tiempo era no lo suficiente malo para no verla. Por lo que a su llegada a Oban dio parte de ello. Aparentemente no se tomó ninguna acción urgente y se espero a la fecha habitual para relevar la tripulación para enviar un barco, relevo que se tuvo que aplazar 4 días más por el mal estado de la mar y del tiempo. De manera que se tuvo esperar al día 26 para que el barco Hesperus llegara a la isla. 

A la llegada a la isla nadie salió al hacer sonar la sirena ni bajó a recibirlos. Al llegar al faro comprobaron que la puerta estaba cerrada con llave, tras abrir la puerta comprobaron que no había nadie no había fuego en la chimenea, las camas estaban por hacer y el reloj de pared estaba parado. Todo estaba dispuesto para comer, pero la comida estaba sin tocar, el único signo de que hubiera ocurrido algo extraño era una silla tirada en el suelo. 

Tras rastrear la isla no encontraron ni rastro de los guardafaros. El grupo de reemplazo se hizo cargo del faro. Según pudieron averiguar todo parecía haber bien sin problemas hasta la tarde del 15. Cumpliendo con su obligación, estaban obligados a llevar un registro a modo de diario de a bordo de los barcos. Ducat, el guardafaro jefe, había compilado informes hasta el día 13. Las entrada del 14 y 15 habían sido anotadas a modo de borrador y aún quedaba pasarlas al diario oficial. Según estos registros el día 14 había habido una tormenta pero a las mañana siguiente había amainado y no había ninguna indicación de ningún otro problema. 

Según el informe del superintendente Muirhead, que llegó a la isla el 29, la tormenta del 14 había causado daños substanciales en la parte oeste de la isla, en especial en su muelle y en una especie de almacén situado a 33 metros sobre el nivel del mar, donde se guardaban cuerdas y repuestos de la grúa situada justo a su lado, que se usaba para subir las provisiones y materiales desde el acantilado. También habían sufrido serios daños los raíles de hierro que iban desde la plataforma de la grúa hasta el faro. Unos habían sido doblados y otros arrancados, y una piedra de cerca de una tonelada de peso había aplastado otros. 

En la cima del acantilado, a unos 60 metros sobre el nivel del mar, las hierbas habían sido arrancadas. Pese a todo estos daños habrían sido anteriores a la desaparición pues tal como se apuntaba en el diario, el día anterior habían subrido una importante tormenta. 

Muirhead concluyó que los hombres habían abandonado el faro para proteger el almacén de la tormenta o asegurar la grúa. Uno de los impermeables se encontró dentro del faro, lo cual sugirió que uno de los guardafaros habría salido sin él, lo cual es un tanto sorprendente debido al mal tiempo. Quien quiera que fuera el último en abandonar el faro, habría incurrido en una falta contra las normas, al dejar la luz desatendida. Muirhead creyó que o habían sido arrastrados por el viento cuando iban por el borde de las rocas, o más probablemente una ola gigante los había llevado con ella. 

Algunas teorías más recientes para justificar los aspectos que no encajan del todo en la explicación de Muirhead, proponen que el guardafaro que se habría quedado en el faro, al ver olas gigantes aproximarse a la isla, habría salido corriendo para avisar a sus compañeros que podrían haber estado haciendo tareas de mantenimiento tal como sostenía Muirhead en el muelle dañado por la tormenta. Esta urgencia justificaría la silla caída y que saliera sin impermeable, pero seguiría sin explicar el hecho que la puerta estuviera cerrada con llave. 

Este tipo de olas gigantes que pueden alcanzar hasta 20 metros de altura y que hasta hace poco eran tomadas por legendarias, ocurren de manera un tanto espontánea, lo cuál explicaría que sucediera en un día con no excesivo mal tiempo. 

Existen o No Las Casualidades

El 28 de julio de 1900 el rey humberto 1 ( gran precursor de la primera guerra mundial ) cenaba en un restaurante cuando por casualidad se dio cuenta que el dueño del restaurante era exactamente igual a el y no solo eso el dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto 1 fue coronado rey de Italia. El rey facsinado invito a su doble a un concurso de atletismo con el, al otro dia en el concurso le informaron al rey que su doble exacto habia muerto y de repente salio de la multitud un anarquista y asesino al rey humberto 1. Casualidad??????? 

Veamos las sorprendentes coincidencias que hay en las vidas de dos presidentes norteamericanos, Lincoln y Kennedy: Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy fueron designados congresistas en 1847 y 1947 respectivamente. Lincoln fue elegido presidente en 1860, justo cien años después, en 1960 fue elegido presidente Kennedy. Medían 1'83 metros y sus apellidos tenían siete letras. Los dos presagiaron sus muertes ya que fueron vaticinadas por varios videntes. Además el secretario de Lincoln, apellidado Kennedy, y el de Kennedy, apellidado Lincoln, recomendaron no acudir a los lugares donde morirían. 

Fueron asesinados en viernes, por balazos en sus cabezas, disparados desde atrás y delante de sus mujeres; mujeres con las que perdieron un hijo durante su estancia en la Casa Blanca. Booth disparó a Lincoln en el teatro Ford y se refugió en un almacén; Oswald disparó a Kennedy -que viajaba en un coche Lincoln de la casa Ford- desde un almacén y se ocultó en un teatro. Los nombres completos de sus presuntos asesinos, nacidos en 1839 y 1939, suman quince letras cada uno, eran sureños y fueron asesinados horas después de los asesinatos -sin haber confesado su culpabilidad- por dos vengadores; denunciándose en los dos casos la existencia de conspiraciones que implicaban a personajes norteamericanos muy influyentes. Sus sucesores Andrew Johnson y Lindon Johnson (nombres de seis letras) eran senadores, demócratas del sur y nacieron, el primero, en 1808 y, el segundo, en 1908. 
¿Es todo casualidad? 

Segun Carl Jung gran amigo de Freud las casualidades simplemente no existen, nosotros hacemos parte de un rompecabezas cósmico donde las casualidades nos guían hacia nuestro "destino", a esto le llama la teoría de la sincronicidad, asi que si mañana te encuentras a tu amigo del colegio del que tanto te estabas acordando en estos dias puede ser un "complot" cósmico para guiarte a tu camino. (¿¿ya estará escrito???, NO SE SAVE¡¡ 

Manifiesto del Paganismo


Hablar de paganismo es hablar de la religión de la raza blanca.  No existe, ni existirá, fuera de este dominio, la religión pagana.  Y sin embargo, todavía cabe en este enunciado más de una imprecisión. Por de pronto, el que las expresiones de “pagano” o “paganismo” constituyen un apelativo de significación negativa; un apodo con el que los cristianos de los primeros siglos buscaban denigrar y denostar a la bestia rubia que se resistía a formar parte de su rebaño.  La palabra “pagano” fue así usada como sinónimo de algo negativo y aún hoy, entre las gentecillas de la cloaca cristiana, sigue teniendo una acepción similar.
Mucho antes que los cristianos se sirvieran del término “pagano” para denostar a la gente de los pueblos libres de Europa los romanos ya habían usado este término con una connotación muy distinta.  En el siglo I se hizo muy común llamar “pagano” a quienes no eran convocados a realizar su servicio militar, y, por ende, no tomaban el sacramentum o juramento del ejército.  Estos hombres eran comúnmente campesinos, y por eso es que se utilizó con ellos la palabra pagano, que significa literalmente, “hombre del campo”, “hombre de la tierra”.
Muy probablemente esta fue la razón por la que los cristianos de los primeros tiempos llamaron “paganos” a quienes se resistían a ellos.  Dado que los cristianos habían hecho suya la expresión sacramentum, muy posiblemente asociaron a los hombres que se negaban a tomar el nuevo sacramento, el juramento al Cristo, con el antiguo pagano, el aldeano de las épocas de Roma que no tomaba el juramento del ejército.  Y a partir de entonces la palabra “pagano” se popularizó entre los cristianos haciéndola extensible a todo aquel que renegara de la nueva religión.
Entre esos proto-paganismos y la sensibilidad religiosa de lo que hoy llamamos del mismo modo, existe todavía un vínculo débil, pero esencial: el apego a la antigua religión, la religión de la tierra, de la sangre, de la raza; la religión que en Holzwege llamamos, precisamente por esto, la religión del camino del bosque (ya habrá ocasión de explicar esto).
En estricto rigor, nunca hubo en el mundo antiguo nada que se semejara siquiera a la impronta de una religión pagana.  Hubo sí expresiones de espiritualidad locales, todas ellas distintas entre sí, y unidas únicamente merced a la común denominación de paganos que vendrá a darle el cristianismo más tarde.  Entre todas estas espiritualidades distintas sólo una cabe propiamente tal llamarse religión: ésta es la religión romana.
Si se escruta bien este asunto se descubrirá que, por ejemplo, los griegos jamás tuvieron religión, sino mitología, al principio, y filosofía, al final.  La mitología y la filosofía son productos de la espiritualidad griega, lo mismo que la religión es producto de la espiritualidad romana.  Escrútese por ejemplo, la mal llamada religión judía y compáresela con la Religio Romana.  Ya se descubrirá prontamente que salvo el empecinamiento estúpido de los historiadores nada hay en común entre una y otra forma de espiritualidad que permita inscribir a ambas en el registro de la religión.  Lo que el judío hace es templismo, al comienzo, y sinagogismo al final.  Ambas podrían inscribirse en la común denominación de rabinismo. Pero nada hay en esa forma de espiritualidad (si es que cabe acaso llamarle a aquello espíritu) que se parezca siquiera, en algo, a lo que fue la Religión en los tiempos de Roma.
Si el judaísmo y la cultura griega no tienen nada que ver con la Religión, menos todavía tiene que ver con esta expresión espiritual el cristianismo. El cristianismo es la anti-religión  por antonomasia.  Cristianismo y religión son una contradictio in terminis: una forma de hablar inadecuada sostenida sólo desde el omnímodo poder de la Iglesia y la ignorancia de los más.
Tampoco el paganismo fue una religión en el mundo antiguo, pues, como ya dijimos, no existía el paganismo en la antigüedad.  En estricto rigor, el paganismo es una invención del siglo XIX (ya tendremos tiempo de explicar esto más adelante).  Pero de todas las formas de espiritualidad que existen hoy sólo el paganismo es capaz de recuperar para sí el prístino y original significado de Religión, y convertirse, por esta vía, en la única forma de Religión posible.  Ese privilegio y dignidad le vienen al paganismo en el hecho de ser él la única forma de espiritualidad que ha conservado íntegramente los contenidos ideológicos que dieron origen en Roma (y únicamente en Roma) a la Religión.  Esos contenidos son, digámoslo aquí sumariamente, la sangre y la tierra, la raza y la naturaleza (ya habrá ocasión de hablar de esto más adelante).  
Nunca hubo una religión pagana en la antigüedad.  Pero las distintas expresiones espirituales que tuvieron lugar en los bosques y campos de Europa conservaban un parecido en cuestiones esenciales.  Ello hizo que el siglo XIX tuviera, respecto de estas diversas manifestaciones del espíritu, la ilusión de una unidad, la idea de una identidad común.  A ello fue a lo que dio el nombre de paganismo, rescatando en la palabra el vínculo con la tierra, con el campo, con la añoranza de un pasado idílico que en la modernidad se esfumaba por todas partes.
Los paganos del siglo XIX oponían el campo a la ciudad, la tradición del Medievo a las ideas progresistas de la modernidad.  Y por ello la palabra pagano, más allá de toda la connotación peyorativa que tuvo en sus inicios, cobrara ahora infinito sentido y unicidad.   Con este término se pasaba ahora a representar toda una forma de resistencia espiritual al nuevo y decadente mundo.   Y ello porque pagano era sinónimo de una vida sencilla, austera, campesina, que evocaba los bosques y las montañas de Europa, los ríos y las praderas de la tierra madre ancestral.
Pero también, porque ser pagano evocaba la tenaz resistencia espiritual que entre los siglos IV y IX opusieron en toda Europa los pueblos libres al cristianismo.  Se reconocía, por tanto, en el paganismo, la forma propia del espíritu europeo, ahogada tantas veces por el cristianismo y sus formas políticas afines, pero siempre dispuesto a renacer de sus propias cenizas.  Los dioses de los bosques, de los hielos eternos, de la montaña, no habían muerto, y encontraban ahora, en el paganismo, una voz con la que alzarse en combate contra el dios de los desiertos.
Pero ¡Cuidado!  No se engañe nadie en creer que el paganismo, en cuanto religión, cobra la forma de esas pseudo-religiones actuales que son el cristianismo, el islamismo o el budismo.  Una religión no es una fe, no es tampoco un conjunto de dogmas y creencias.  Y ante todo, no es, en absoluto, expresión de ninguna cosa “universal”.  El cristianismo es un fenómeno universal, y ya sólo por eso no es una religión.  Una religión universal es como algo insípido con sabor: esto es, algo imposible (y no tan sólo imposible, sino, además, estúpido).  Esas imágenes patéticas de semana santa en las filipinas, en que vemos representaciones de la vía crucis, con cristos de aspecto asiático crucificados, es a lo único a que puede dar lugar la horripilante idea de una religión universal.  Nada de esto habría sido siquiera posible en el mundo antiguo, pues atenta no sólo contra el principio de sensatez, sino, además, contra el principio del buen gusto.
La opinión común cree, por ejemplo, que el paganismo es una religión universal de los pueblos europeos de antes del advenimiento del cristianismo.  Es curioso, pero si se escruta a fondo de dónde pudo haber salido esa idea, se descubrirá la oscura mano de la propia formación cristiana en la que todo occidente se ha visto obligado a educar su inteligencia. Pero nada más lejano a la realidad.  Dado que el cristianismo no tiene patria esparce, entre quienes han tenido la desgracia de crecer a su alero, la idea de que nociones tan importantes como las de “religión”, por ejemplo, surgen al margen de un pueblo, de una raza, de una lengua específica.  Y, por lo tanto, nada más injusto y errado hay que adjudicarles el calificativo de universal.  No existe una religión universal, así como tampoco existe un hombre universal.
En justicia, lo que propiamente tal se llama paganismo se remonta a unas cuantas décadas atrás, más precisamente a la segunda mitad del siglo XIX.  El paganismo surgió entonces en Europa como una respuesta espiritual a la mentalidad moderna.  Constituyó en aquella época una forma racional y organizada de añoranza de un pasado idílico e idealizado: el pasado de la Europa precristiana, el ayer de los dioses de las religiones locales.  Es un error, por lo tanto, concebir el paganismo como la religión de los antiguos europeos antes de la imposición del cristianismo.  Nada hay, antes de la llegada de la cruz, que nos permita pensar en una religión común (universal) de los pueblos europeos antiguos.
Sangre y Tierra siempre han sido el fundamento último de toda forma de religión pagana.  No hay religión pagana (más todavía, no hay ni siquiera Religión posible) si ésta no está fundada en la Sangre y en la Tierra.  El paganismo es la religión de la sangre y de la tierra.
Holzwege es una expresión en alemán acuñada por el filósofo Martín Heidegger.  Significa, en forma literal, el camino del Bosque; leyendo entre líneas hace referencia a la antigua tradición religiosa que se ha perdido y que es preciso reencontrar.  Es una suerte de renacimiento, una forma de volver a nacer, una manera de hacer despertar nuestro verdadero espíritu (nuestra memoria de la sangre) ahogada hasta la estupidez por la industria pedagógica cultural de la mentalidad moderna.
El Bosque es para nosotros un arquetipo: el arquetipo de una vía de iniciación.  La iniciación es siempre la muerte a una vida y el nacimiento a otra.  Esto es sabiduría aria pura.  No existe, fuera de esta comunidad racial, ninguna expresión religiosa en cuya esencia se halle la idea del “nacer dos veces”, del “renacer”, del nacer en el “espíritu”.  Otras podrán haber acuñado formas religiosas similares; pero, en todo caso, nada hay en ello que nos permita justificar una analogía, porque en pocas cosas como el fenómeno religioso se da esta experiencia de lo intransferible.  Lo que es propio de una religión no puede replicarse en otras.  Cualquier réplica, cualquier intento de sinonimia, es absurdo; y no da cuenta más que de la pobreza y artificialidad de la religión que intenta apropiarse de los contenidos espirituales de las otras.
Una religión es siempre expresión del espíritu de una raza.  Poco tiene que ver con la religión los dioses.  La divinidad es una de las tantas formas en que puede manifestarse una religión; pero lo esencial es siempre la raza, la sangre y la tierra.  Por eso es que afirmamos que de antiguo hubo una sola religión: la religión pagana.  De hecho la palabra religión surgió en el espacio pagano de la romanidad: es una palabra latina cuyo significado hace referencia precisamente a la sangre y a la tierra (ya profundizaremos sobre esto).
Todas las otras religiones adoptaron esta denominación merced a una ampliación del significado del término por analogía lógica; pero en ninguno de estos casos esta denominación está justificada adecuadamente y en la mayoría de ellos constituye una verdadera arbitrariedad, cuando no una abierta tergiversación. Por ello, nuestro transitar por el renacer del paganismo debe comenzar por definir el fenómeno religioso y precisar con exactitud qué significa la palabra “Religión” y por qué ella se justifica únicamente en el caso de la religión pagana.  Ello despejará conceptualmente el camino que debe llevarnos a transitar de nuevo por el Bosque, por la sabiduría de los antiguos, y en el amor y grandeza de los héroes y dioses de otra época.

El Concepto de Religión

La palabra latina Religio, de la que deriva nuestra voz castellana Religión, en su significación lata y originaria, tiene muy poco que ver, o casi nada, con las ideas que nosotros asociamos hoy al término.  Para ello, baste con estos dos ejemplos que pueden muy bien ilustrar este asunto.  El primero está referido a la significación de la palabra Religio en el ámbito de la romanidad, esto es, a su étymos.  El segundo, a la impresión que sobre el cristianismo tuvieron los primeros romanos que conocieron de este movimiento.  Vayamos, pues, al primero de estos ejemplos.

a.   Significación de la palabra Religio: Existen, al respecto, tres opiniones diversas sobre el étymos de la palabra Religio: la que une la voz Religio con el étymos religere, la que lo vincula con el étymos relegere; y la que lo asocia, finalmente, con el étymos religare.  De estas tres, sólo las dos primeras nos merecen confianza y legitimidad, por estar asociadas al ámbito propiamente tal de la romanidad; la tercera, en cambio, nos merece muchas dudas, pues no sólo es tardía en el tiempo, sino que, además, parece ser una invención que se inicia con el cristianismo y que busca justificar la expresión Religio en la serie de ideas que se asociarán posteriormente a esta palabra.  Ya hablaremos de esto al final de esta reflexión.  Religere y relegere son, a nuestro entender, los étymos legítimos de la palabra Religio.  Ya explicaremos, también, cómo creemos que pueda ser posible que una palabra tenga dos étymos distintos en su significación original.  Religere significa propiamente tal escrúpulo.  Hace referencia, por tanto, a una disposición interior “y no a una propiedad objetiva de ciertas cosas o un conjunto de creencia y prácticas”[1]  “En la época clásica –dice Maurice Sachot- la religio Romana  designa ante todo una actitud, hecha de escrupuloso respeto hacia lo instituido… Por ello se convierte en lo que fortalece a las instituciones y garantiza su duración, por medio de ese vínculo, por ese apego del ciudadano a respetar las instituciones de la ciudad”[2]  Esta cuestión nos pone sobre la pista de algo que hasta ahora se ignora casi en su totalidad –salvo, por cierto, entre círculos de historiadores, filósofos o especialistas-: el vínculo entre la Religio y las instituciones de la ciudad, o aquello que propiamente tal hace de un romano, en el mundo antiguo, ser romano.  La Religio, en su acepción etimológica, hace referencia a la idea de escrúpulo.  Pero no de cualquier escrúpulo, sino, ante todo, del que cabe tener frente a lo que ha sido instituido en la ciudad, y, por tanto, engloba un sagrado respeto general hacia la urbe y todo lo que ella representa.  Esta idea de Religio denota ya un carácter marcadamente local, no universal.  Ello fue lo que llevó a Cicerón, el célebre filósofo romano, a decir sva cviqve civitati religio (cada ciudad tiene su propia religión).   Tenemos así los tres aspectos esenciales que supone el concepto original de religio: el escrúpulo (en el sentido de recogerse, de guardarse, de retenerse ante algo que se considera sagrado), la ciudad, la urbe, Roma (como el objeto hacia el que se dirige el escrúpulo de lo religioso y transforma toda forma de religio romana en una actividad social dirigida hacia los asuntos públicos –los res-publicas-, legales y de Estado); y el carácter local o nacional que distingue a cada pueblo según su propia religio, esto es, según la propia relación de escrúpulo (de respeto, de amor, de cuidado) que prevalezca entre el individuo y las instituciones (tradiciones, cultos y costumbres) de su país.  De estos tres sentidos originales de la palabra Religio el primero viene atestiguado, como ya lo hemos visto, por el étymos Religere; el segundo y el tercero se fundamentan en el étymos Relegere.  Este segundo étymos de la palabra Religio nos es, todavía, más legitimo, toda vez que la palabra relegere es la que propiamente tal da lugar a la formación del sustantivo Religio –la voz latina Religere forma el sustantivo Relictio y la expresión Religare (famosa únicamente a causa del cristianismo) forma el sustantivo Religatio (que se aparta ostensiblemente de las dos primeras)-.  Pues bien, la palabra latina relegere es un derivado del verbo legere, lego, que significa, entre otras cosas, leer, pero principalmente, su significación es la de recoger, reunir, recolectar.  ¿Recolectar, recoger qué?  Recoger espigas, uvas, frutos del campo y de las cosechas.  He aquí que la expresión lego, en su sentido original, hacía referencia a una actividad del campo propiamente tal, a un “hacer” ligado a la tierra.  En su sentido más primitivo, Religio deriva de lego, relego, relegere.  Esta es la etimología que propone, al menos, Cicerón.  Pero en Cicerón relegere significa también tratar un asunto con diligencia, con escrúpulo.  De ahí que el sentido de lo escrupuloso quede también integrado en este étymos del relegere.  Pero en su acepción más fuerte relegere está vinculado a los otros dos sentidos originales de la palabra Religio: el que dice relación con las instituciones de la ciudad y el que se vincula al carácter local de esas instituciones.  Las instituciones de la ciudad no son otra cosa que todo aquello que se ha instituido a lo largo del tiempo; por lo que, cuando hablamos de esas instituciones estamos haciendo referencia a aquello que ha permanecido, que ha logrado cristalizar en costumbres y tradiciones; y que, por lo mismo, también, constituyen hoy el fundamento de lo que son nuestras leyes, nuestra cultura, nuestro patrimonio patrio.  Las instituciones de la ciudad, tratándose de Roma, son sus costumbres, sus tradiciones, su derecho romano, sus dioses, su Re-pública.   Ese es el sentido fuerte de la expresión Religio Romana; y es ese sentido el que nos viene dado por el propio testimonio de un filósofo romano, Marco Tulio Cicerón.    La idea de que la palabra Religión deriva de la palabra Religare –cuyo sustantivo legítimo forma la palabra Religatio y no Religio- se la debemos a un filósofo cristiano del siglo IV (o sea, por lo menos, 350 años después de Cicerón y en una época en la que ya, prácticamente, Roma no existe) de nombre Lactancio.  Esta etimología fue muy probablemente propuesta con el ánimo de justificar algo, que en tiempos de Cicerón, habría parecido un notable contrasentido: esto es, el hecho tan común en nuestros días de concebir al cristianismo como una religión.  Por esa razón nos parece de poco valor revisar una etimología tan evidentemente arbitraria, que fuerza el sentido original de un término para hacerlo coincidir con un conjunto de creencias y prácticas originadas en otros suelos lingüísticos, en otras concepciones del mundo y de la vida.

La religio romana hace referencia, en su sentido más primitivo, a una actividad que se realiza, propiamente tal, en el campo.  Religio es relegere, palabra latina que deriva de legere, de lego.  Lego es recolectar, recoger las espigas, los frutos del campo, de la tierra.  El campo romano es el fundamento de lo que después será la ciudad de Roma.  Es en el campo donde los romanos forman su carácter, sus costumbres, sus tradiciones, y las instituciones que algún día harán grande a la urbe de Roma, a la ciudad.  Es en relación con esa tierra que cultivan en los campos de Roma, que se irá forjando el sentido de la Religio Romana, las instituciones a las que posteriormente el romano deberá sagrado y escrupuloso respeto.  Pero este escrúpulo, este respeto por lo que son las tradiciones y las costumbres de Roma que brotan de su tierra se completa, únicamente, en el vínculo que une todo esto a la sangre romana, a la sangre de los padres fundadores de Roma, a aquellos que fundamentarán el posterior patriciado.  La Religio surge cuando hay un vínculo entre la sangre y la tierra, entre la sangre y el suelo: pues el suelo patrio es el fundamento último que vuelve posible la existencia de un pueblo unido por la sangre.  No hay pueblo, no hay comunidad de sangre, sin tierra, sin un suelo que habitar y la religio es el vínculo que hace patente ese matrimonio entre la sangre y el suelo.

Cuando Cicerón definía la Religio como el sagrado respeto a lo que son las tradiciones y las costumbres de Roma, la escrupulosa diligencia a conservar las instituciones y la estructura del Estado, etc., lo que estaba en juego allí era la conservación de Roma, de su sangre y de su suelo.  Esto merece más de una explicación.  Sabido es que en la antigua Roma existían dos clases sociales muy bien diferenciadas: los patricios y los plebeyos.  Y digo “sabido es” como de un modo de expresarse, simplemente, porque si se cree que se trataba de dos clases sociales (idea inculcada por el marxismo y enseñada hasta el presente como si se tratara de la verdad) se comete un error de apreciación grave y una falta de rigurosidad significativa.  Clases sociales, propiamente tal, es lo que se verá aparecer en el mundo moderno con el advenimiento del capitalismo y las formas modernas de producción económica.  Entre Patricios y Plebeyos las diferencias no son de carácter social (de hecho, sorprendería saber de la cantidad de plebeyos que en la Roma antigua poseían mayores riquezas que los mismos Patricios).  Lo que diferencia a los Patricios de los Plebeyos viene determinado por la sangre (razón por la que incluso hasta poco después de la redacción de las doce Tablas todavía seguía prohibiéndose el establecimiento de matrimonios cruzados entre Patricios y Plebeyos).  Los Patricios eran quienes portaban la sangre de los Padres fundadores de Roma, sus descendientes legítimos.  Es en ese vínculo natural (no artificial) que basaban su pertenencia a un grupo humano y sus derechos sobre esa tierra que era Roma.  Los Plebeyos, en cambio, eran los extranjeros.  La lucha, por tanto, entre Patricios y Plebeyos, no es una lucha social entre quienes tienen privilegios económicos y quienes no (como intentó hacérnoslo creer Marx); sino, más bien, una lucha entre quienes son muy consciente de la sangre que portan (los Patricios) -y su legítimo derecho a querer conservarla- y quienes no poseen la calidad de ciudadanos precisamente porque no portan esa sangre y no son descendientes de los padres fundadores de la ciudad.  La Religio romana data de esta época de los orígenes de Roma, en los que la sangre y el suelo fundamentan el ser romano, más allá de cualquier considerando artificial.  Las mores romanas, las costumbres y las tradiciones de la ciudad que luego invocará Cicerón, al hablar de Religio,  no son otras que las que cristalizaron en este época de los comienzos de Roma, época en la que se fundamenta su grandeza y que comenzará a debilitarse y desvirtuarse desde los tiempos de la igualdad de los derechos civiles entre Patricios y Plebeyos (siglo IV a.E.C.).

Sangre y suelo fundamentan toda forma de religión no sólo en el sentido de una cosmovisión, sino, esencialmente, en la impronta de un ser-en-el-mundo. La Religio es únicamente posible en la medida en que tiene como presupuesto la sangre y el suelo.  Fuera de esta relación, fuera de este vínculo, no tiene sentido alguno hablar de religión.


b. La impresión que se llevaron los romanos de los primeros cristianos: “Religión” y “cristianismo” son dos conceptos tan estrechamente ligados en el mundo moderno, vinculados de un modo tan intransigente que a nadie medianamente sensato podría ocurrírsele disociarlos, en algún modo u otro, o plantear alguna duda respecto de su legítima relación.  Y sin embargo, en los hechos y en la lógica –y por lo tanto, en el sentido común, en la cordura y en la sensatez- nada más antitético y contradictorio –incluso, nada más imposible- que vincular “cristianismo” con “Religión”.  La expresión “religión cristiana” es, en los hechos, una contradictio in terminis (contradicción en los términos).

Para nosotros, hombres occidentales modernos, nacidos tras dos milenios de bastardización de occidente, asociar estas dos palabras nos resulta algo tan normal, tan obvio, tan elocuente y necesario, que la sola duda respecto de su logicidad y derecho nos hace fruncir el ceño y plantearnos más de una interrogante.  Vivimos bajo la ciega convicción de que “cristianismo” y “religión” son lo mismo; y esta idea amparada en el yugo del más irreflexivo dictamen se perpetua únicamente porque entre los hombres nada hay mejor repartido que la pereza mental y la ignorancia sobre el fundamento de las cosas.  La mayoría de la gente de hoy vive como si el mundo se hubiese creado hace cien años, como si no hubiera historia, ignorante y absolutamente ajeno a nociones tales como Tradición, Trascendencia.  El vivir de hoy es tan transitorio y ordinario que nada provocaría más asombro a las gentes de este mundo que un auténtico sentido de la verdad religiosa y un original fundamento de las cosas.

Cuando los romanos, religiosos como eran, se toparon por primera vez con el cristianismo, vieron en él cualquier cosa, menos una religión.  Esto es algo decisivo.  Los romanos fueron los creadores de la “religión”, y, por lo tanto, quienes mejor preparados estaban en el mundo respecto de cuestiones religiosas.  La idea de que hubo otras religiones en el mundo es falsa y sólo responde a la confusión que ha introducido en este orden de cosas el cristianismo.  Sólo a alguien formado irreflexivamente en la mentalidad cristiana podría ocurrírsele hablar de religiosidad maya, china, egipcia, griega, judía, mesopotámica, por nombrar solo a algunas.  Esto es una forma impropia de hablar, pues no se ajusta, en rigor, a los hechos.  Sólo hubo una religión en el mundo antiguo, la religión romana.  Y quizá, por analogía lógica, podría justificarse hablar de religión en otros casos, fuera del romano, como, por ejemplo, en el caso de los pueblos germanos.  Pero no se puede aplicar a destajo el calificativo de religión a cualquier complejo de creencias y formas rituales (toda vez que la religión, en su sentido original y legítimo, no tiene nada que ver con creencias y sólo subsidiaria y secundariamente tiene alguna relación con las formas rituales).  La verdadera religión es la Religio Romana.   Ella presta e impone por derecho propio su modelo a las otras.  Ese derecho propio le viene de la palabra.  La palabra Religio es una palabra romana, latina.  Ello define todo un campo significacional únicamente accesible a quienes han formado su inteligencia y espíritu en la lengua latina; y acaso concebible siquiera o intuida en alguna de sus formas externas, para quienes han adoptado la lengua latina como su segunda lengua.

Esto último me trae a la memoria una anécdota; una de esas que se contaban, en mis años de universidad, al modo de leyendas urbanos, mitos construidos en torno a grandes filósofos que se transmitían de profesores a estudiantes, y de estudiantes a otros estudiantes sin la voluntad de certificar mucho la fuente, de cerciorarse en algo sobre la legitimidad de la información.  Recuerdo en mis primeros años de universidad se discutía mucho en torno a un pequeño libro polémico que versaba sobre la relación entre Martin Heidegger y el Nazismo.  El autor era un académico chileno de la universidad libre de Berlín, el Señor Víctor Farías.   En esos días recuerdo que alguien hizo circular una curiosísima anécdota sobre la relación que hubo entre Farías y Heidegger en los años que el primero habría sido alumno del segundo.  La anécdota versa más o menos así: siendo Farías alumno de Heidegger se dirigió un día a él con el borrador de una traducción al castellano de Ser y Tiempo que estaba preparando. Heidegger lo habría entonces mirado inquisitivamente y casi como si le estuviera reprendiendo le habría dicho: “si usted quiere leer a Platón usted aprenda griego; si usted quiere leer a Heidegger usted aprenda alemán”.  Verdad o no, ficción o realidad, lo cierto es que la “supuesta” respuesta de Heidegger ante el “supuesto” requerimiento de Farías, hace mucho sentido y es concomitante con lo que se conoce de la filosofía de Heidegger.  Uno podría parafrasear esto y decir: “si uno quiere comprender lo que es Religio uno aprende latín”.  Y es que las lenguas definen mucho más que meros campos comunicacionales.  La lengua es expresión del espíritu de un pueblo y en cuanto tal determina y estructura el campo significacional (la Weltanschauung) de la gente que la habla.  Es, junto a la sangre y a la tierra, un tercer y determinante elemento a través del cual podemos reconocer a un pueblo.  Las categorías de una lengua dotan de un determinado sentido al pueblo que la habla; de tal modo que no da lo mismo hablar una lengua que hablar otra.  La palabra Religio es una palabra latina, surgida en el dominio de la romanidad; hace sentido únicamente a la gente que la habla y sólo por aproximación a la gente que aprende esa lengua en una segunda instancia.  El sentido verdadero de la palabra le es vedado a quien ignora la lengua de la que proviene esta palabra.  La palabra “religio” define al romano como la palabra “filosofía” define al griego.  Los alemanes tienen una palabra que sólo ellos entienden: “Geist”.  Nosotros traducimos esa palabra por “espíritu”.  Pero de “Geist” a “espíritu” hay, en verdad, un abismo semántico inmenso.  Si uno piensa que traduciendo “Geist” por “espíritu”, en todos los casos, ha logrado en algo agenciarse parte de lo que se quiso realmente decir en alemán, tiene que ser en verdad alguien muy iluso.  Pues la lengua está en el centro de la cosmovisión de un pueblo: vemos el mundo según la lengua que hablamos, ella estructura y dota de sentido nuestro horizonte de comprensión.

Cuando los romanos, que habían inventado la Religión, se toparon por primera vez con los cristianos, no vieron en ellos nada que semejase en algo a la religión.  Los romanos, entonces, sabían mejor que nadie lo que era una religión, y jamás se les pasó por la cabeza inscribir en el registro de lo religioso a los cristianos.  Cuando tuvieron por primera vez noticias de esta secta marginal hablaron inmediatamente –y casi de un modo intuitivo, pero apegados también a la tradición- de superstitio.  En efecto, los primeros romanos que tuvieron conocimiento del cristianismo le calificaron como una superstitio, esto es, como una superstición, no como una religión.  Y así fue por casi doscientos años.  Hasta que Tertuliano, filósofo cristiano, en plena época de la decadencia de Roma, y en forma totalmente arbitraria, decidió usar para el fenómeno del cristianismo el apelativo de Religión.  Pero eso no cambia en nada los hechos originales.  Cuando los romanos se toparon por primera vez con los cristianos no reconocieron en ellos una Religio, sino una superstitio.  Y ello, pese a toda la desnaturalización que se ha hecho del término “religión”, no deja de ser, aún hoy, una profunda y auténtica verdad.  El cristianismo no es una religión, el cristianismo es una superstitio.  Y no es una religión porque los dos aspectos fundamentales de toda religión posible están ausentes en el cristianismo: la sangre y el suelo.  Para los romanos de los primeros siglos, por ejemplo, la idea de una religión universal habría sido inconcebible: una verdadera contradicción en los términos.  Además una religión centrada en un conjunto de dogmas y creencias no habría estado muy ajena a la ridícula idea de una competencia deportiva centrada en composiciones literarias o ecuaciones algebraicas.

lunes, 7 de enero de 2013

Solvástika y el Símbolo de la Horca


En un apartado lugar de la tierra, no hace mucho tiempo, existió una isla en la que unas gentes sencillas adoraban un curioso símbolo llamado Solvástika.  El origen de esta veneración, así como la procedencia del símbolo mismo, parece habérsenos perdido en la noche de los tiempos. Algunos postulaban que Solvástika era un antiguo símbolo superviviente de las culturas que habitaron el planeta antes de la Gran Guerra, cuando todavía el hombre solía usar unos papelitos verdes o rojos como medio de intercambio.  Otros creían que había sido un símbolo creado por los primeros habitantes de la Isla para reverenciar al Sol, padre de todas las bienaventuranzas.  Después de todo, el parecido de la Solvástika con el Sol siempre supuso mucho más que una formal coincidencia en el nombre.  El símbolo parecía imitar la rueda solar en su clásico desplazamiento anual y era evidente que el prefijo “Sol” hacía referencia a esta mismísima estrella, que no se cansaba de iluminarnos con su luz, y dotar de vida a todas las cosas del planeta.
De cualquier forma, lo cierto es que en algún momento de la historia de la isla la gente dejó de adorar este símbolo y lo reemplazó por otro no menos curioso ícono religioso, el símbolo de la Horca.  Cuenta una vieja leyenda que el origen del símbolo de la Horca está ligado a la historia de un oscuro proceso judicial.  En tiempos de antes de la Gran Guerra, cuando Poma ya no era lo que solía ser, una gran cantidad de bocones, profetas y charlatanes arribaron al gran Imperio.  Con ellos llegó una suerte de intranquilidad y desconcierto social que provocó más de algún disturbio.  Nada, en todo caso, que hiciera tambalear al ya debilitado Imperio.  Los pequeños desórdenes y alborotos eran siempre controlados y tratados como meros asuntos de policía local; aunque ciertamente la suma de todos estos pequeños jaleos generaban una molestia no menor para las autoridades del Estado.  Uno de estos alborotadores y delincuentillos, que disfrazaba todo su resentimiento contra el orden establecido en la forma de una nueva doctrina, fue quien dio origen a la veneración del símbolo de la Horca. Su nombre, según cuenta la leyenda -aunque nada de esto podemos precisar- era Yesús, oriundo de una ciudad hoy desaparecida, llamada Nataret, un lugar perdido en el continente allende Solvástika[1]. Yesús de Nataret era, como todos los bocones y charlatanes de aquellos días, un inconformista de su tiempo, un hombre reñido con las leyes y las instituciones de su época.  Se dice que habría tenido muchos seguidores (nada de esto, no obstante, se ha podido comprobar) y que habría predicado sin ambages una doctrina del amor y de la paz universales.  A nosotros, por cierto, nos es muy difícil corroborar estas informaciones; aunque algunas de ellas nos resultan menos inverosímiles que otras.  Por ejemplo, el asunto de si predicó o no una doctrina del amor y de la paz universal nos resulta plausible de creer, pues no entraña ninguna novedad.  Se sabe que hacia finales de la época que precedió a la Gran Guerra la gente solía alucinar con este tipo de supercherías reblandecedoras: doctrinas del amor y de la paz se vendían como el pan caliente en verano y, por cierto, siempre había lugar para que algún nuevo bocón la reinterpretara a su gusto.  El éxito de estas doctrinas yacía en la simplicidad de sus premisas, siempre tan ad-hoc a la particular inteligencia del pueblo.  Jamás contenían cosas que superaran en complejidad enunciados tales como ‘el cielo es azul’ o el ‘agua moja’.  Y siempre se daban vueltas entre tres o cuatro ideas, las que combinadas ingeniosamente dejaban la impresión de estar en frente de una nueva doctrina.  En ello yacía el secreto de su éxito.  ‘Azul es el cielo’ o ‘el cielo azul es’ podían ser variantes interesantísimas de las nuevas proposiciones, para las que la gente siempre estaba bien predispuesta y llana.   Pero, como ya dijimos, nunca iban más allá de esto[2].  Por ello, no resulta difícil aceptar que este Yesús de Nataret haya predicado, también, doctrinas del amor y la paz del tipo ‘el cielo es azul’ o ‘el agua moja’.  Lo que no queda nada claro, eso sí, y cabe, por tanto, explicarlo en estas hojas, son las circunstancias de su muerte, la cual habría dado origen a la veneración del símbolo de la Horca.
Lo primero que hay que subrayar, al respecto, es que antes de la venida de este predicador, la Horca no constituía un símbolo, en lo absoluto, de nada.  Pero, si se la hubiera usado como símbolo de algo, no nos asiste la menor duda de que habría sido utilizada como un símbolo del horror y la vergüenza. Y esto es porque la Horca, en cuanto es un instrumento al servicio de la muerte, no puede menos que ser un símbolo portador de energías negativas.  La muerte en la Horca era sinónimo de vergüenza y deshonor; y estaba reservada únicamente a los criminales de la más baja ralea.  No estará nunca demás insistir, por tanto, en el tipo de persona que tiene que haber sido este Yesús de Nataret: si su ignominiosa muerte acaeció en la Horca, nos queda bien establecido la opinión que sus contemporáneos tuvieron que haberse formado de él.
Ahora bien, Yesús de Nataret fue juzgado por un bizarro tribunal de la época conocido como el Satedrín. Algunos dicen que este tribunal había sido fundado por un antiguo patriarca del pueblo de Yesús, un tal Satén o Satán, líder religioso de una época que nos es difícil precisar.  Fue en honor de este personaje que el tribunal se llamaba Satedrín, (Satadrín o Satandrín según otras variantes de la misma).  En todo caso, para lo que nos importa decir aquí, bástenos con afirmar que Yesús de Nataret fue juzgado por este Tribunal y condenado a morir como un criminal cualquiera (es decir, sin dignidad alguna) en la Horca.  A partir de este momento, ese instrumento de la muerte que es la Horca, pasó a convertirse en un ícono de la esperanza en una vida futura.
Muchas cosas son las que se pueden referir sobre este asunto.  Lo primero es que, pese a la trivialidad de la historia y los hechos que acompañan a la vida y muerte de este oscuro delincuentillo, no ha podido hallarse ningún documento, salvo los escritos por sus propios seguidores, que pruebe, en algún modo, su existencia.  Y cuando decimos que no se ha encontrado ningún documento lo que queremos decir es precisamente eso: NINGÚN DOCUMENTO.  Cosa rara, por decir lo menos, sobre este curiosísimo personaje. Sobre todo, si se toma en cuenta que los cuatro escritos redactados por sus seguidores -y que son, en todo caso, los únicos que refieren su hipotética existencia- nos hablan de él como si se tratase de un gran personaje de su tiempo, de alguien que habría estado en conexión con las más altas esferas del poder y cuya presencia, en los noticiarios de la época, no habría dado lugar a duda alguna sobre su existencia.  Cuesta creer, por tanto, que una humanidad como la de aquellos días, con capacidad de poner por escrito hasta los hechos más triviales de su época, no haya sido capaz de redactar SIQUIERA UNA LÍNEA sobre la vida y la obra de este supuesto magnánimo personaje.  Razón suficiente y legítima, por tanto, para dudar de la real existencia de este adalid de esclavos (que es la opinión que nos hemos formado, en todo caso, de este Yesús de Nataret).  Pero leyenda o no, lo cierto es que hubo un tiempo, entre nosotros, que duró un poco más de dos mil años, en la que los hombres adoraron la Horca como símbolo de redención, ignorando casi por completo el espurio origen del significado de la veneración de este símbolo.
Yesús de Nataret había sido un carpintero de oficio de origen tullido.  Los tullidos eran una tribu de las tierras allende Solvástika que se habían caracterizado por su notable predisposición a la porfía, el resentimiento, la envidia, el pillaje, la truculencia, la intriga, la desconfianza, la deshonestidad, la trampa y el engaño.  Vivían quejándose y lamentándose todo el tiempo por todo; y no perdían jamás ocasión de dar muestras excesivas de su marcada actitud lastimera, pedigüeña, avara y usurera.  Les encantaba hacerse las víctimas por todo, aunque en realidad les sentaba mejor el papel de victimarios.  Pero el caso es que victimizarse les había dado, en toda época, grandes dividendos; y por ello privilegiaban este modo de ser con gran versatilidad.  En la época que los historiadores coinciden en llamar época de la globalización, unos seis o siete siglos antes de la última Gran Guerra, se dice que los tullidos habían logrado convencer a la humanidad entera de ser las pobres víctimas de la acción criminal de un pueblo de las tierras del norte, quienes sin motivo racional alguno, se habrían despachado para el otro mundo a un total de seis millones de tullidos, por los medios más increíbles que quepa imaginar.  Y aunque nunca pudo hallarse prueba objetiva alguna de este colosal acontecimiento, los tullidos habían logrado hipnotizar a toda la humanidad con el mito de los seis millones de tullidos muertos.  Por cierto que esa victimización consciente, de la que tanto se hablaba en aquellos días, les había traído los más grandes dividendos de la historia.  Por de pronto, con ello se habían agenciado, para sí mismos, la formación de un prodigioso Estado, en unas tierras que habían pertenecido por siglos a otro pueblo.  Lograron hacer que el país del norte, a quienes sindicaban como los responsables del Holocuento (que esta era la forma como llamaban al mito de los seis millones de tullidos muertos) pagara cifras de dinero exorbitantes de reparación por los supuestos crímenes de guerra, a esta nueva nación de los tullidos, que, en todo caso, ni siquiera habían combatido en este conflicto.  Merced a las intrigas de siempre, lograron filtrar la casi totalidad de los gobiernos de los países más poderosos del mundo, explotando hasta la saciedad el mito de los seis millones de tullidos muertos, y haciéndose por ello un país inmensamente rico.
El nombre real de esta tribu de intrigantes se nos ha extraviado del todo.  Pero algunas fuentes que hemos podido consultar, no sin dificultades, nos llevan a determinar que los tullidos, en aquellos días del mito de los seis millones –época que los historiadores han convenido en llamar, como ya dijimos, era de la globalización (otros, por razones que no cabe explicar aquí, la han preferido llamar ‘época de la holiwudisación’)- eran ampliamente conocidos como ‘Tullidos’ (de donde viene tuyudidos, tullididos, tullidos), nombre que les habría sido dado en honor de Yudá, un mago negro de épocas todavía más lejanas, y por tanto, de tiempos más difíciles de precisar.  Yesús de Nataret, el ahorcado, habría sido entonces un Yudío, un nariz de anzuelo, o langanasú (nariz larga), como le habrían llamado los pomanos.  Aunque esta historia tampoco queda clara y cabe hacer aquí también algunas precisiones.
Los pomanos, como todo el mundo sabe, fueron aquel maravilloso pueblo que salvó a la humanidad de la decadencia a la que le había conducido la globalización.  Por esa razón, los Tullidos, a quienes los pomanos llamaban longanasú (narices largas), les habían odiado y envidiado todo el tiempo.  Se sabe que la globalización había sido una creación tullida impuesta a la humanidad por medio de ese otro curioso invento llamado ‘economía’ (invento que en los días de la globalización era sinónimo de un endeudamiento y esclavitud atroz per secula seculorum.  No sólo los Estados se endeudaban: todo el mundo, hasta el más insignificante hijo de vecino vivía endeudado).  Los pomanos habían acabado de un plumazo con esta esclavitud tiránica que suponía la globalización. Y por ello se habían granjeado el odio eterno de los tullidos (que eran, en todo caso, los únicos que se habían beneficiado de la esclavitud económica que generaba el sistema de la neoliberalización –variante eufemística con la que algunos se referían a la globalización).  Es por esta misma razón que los tullidos se dedicaron, a partir de entonces, a esparcir hasta la saciedad, toda clase de conjuros y maleficios contra los pomanos, sin obtener, por cierto, resultado alguno.  Los pomanos, en realidad, vivían como si los tullidos no existieran.  De vez en cuando, eso sí, reparaban en lo extraño que era este pueblo.  Pero, en general, no le daban mucha importancia.  Como buenas gentes que eran les habían perdonado todo cuanto habían hecho sufrir a la humanidad entera con su maldito sistema económico.  Pero ello no les impedía tener clara cuenta acerca de quiénes eran, en verdad, estos tullidos.  La mayor parte del tiempo, los consideraban más bien como un pueblo molesto, al modo como puede llegar a ser molesto, para cualquiera, una comezón en la espalda, o una piedrecilla en el zapato, o una mosca revoloteando alrededor de uno a la hora del almuerzo.  Pero fuera de esto no les daban mayor importancia, y los dejaban vivir tranquilos, a cambio, únicamente, de que cumplieran sus compromisos económicos con el Imperio –porque demás está decir que en los días en que los pomanos tomaron contacto con los tullidos, Poma ya era un Imperio.
Para los tullidos, en cambio, los pomanos eran el pan corriente de cada día.  No había otra cosa que les importara más que los pomanos.  Se obsesionaban con ellos noche y día.  Y les prometían las penas del infierno.  Por ello, cuando en medio del éxtasis revanchista, apareció este Yesús de Nataret predicando la paz y el amor incluso para con los pomanos, los tullidos hirvieron en sangre a un punto tal de absoluta ebullición.  No dudaron entonces en hacer con este nuevo bocón aparecido, lo mismo que unos años antes habían hecho con Jan, el tatuísta (llamado así porque predicaba una extraña doctrina a las orillas del río Jodán o Nomejodán[3], donde se sentaba en una cómoda silla de playa y se las dedicaba el día entero a tatuar a todo tipo de hippies, marihuaneros, pacifistas y cuanta mierda miserable excéntrica, llegada de todas parte del planeta, se le acercara).  Este tatuísta había sido, lo mismo que el ahorcado (esto es, Yesús de Nataret), un bocón de moda en esos días.  Pero a diferencia de este último, la cizaña tullida en contra de él, había decretado para el tatuísta una muerte muy distinta –pero no por ello menos horrible que la que decretarían después contra el ahorcado-.  Contra el tatuísta el método para acallarlo consistió en cortarle la cabeza.   Lo cierto es que cuando apareció Yesús en la escena pública de los tullidos, a juzgar por los relatos que nos llegan de los cuatro evantrampistas (llamados así por su curiosa obstinación e inclinación a hacer trampas: uno de ellos, incluso, habría comenzado su vida adulta como recaudador de impuestos para los pomanos), a juzgar por el relato de estos evantrampistas, digo, -que, en todo caso, son los únicos que existen- Yesús de Nataret habría provocado tal escándalo entre sus congéneres, por boconear la paz y el amor a todo el mundo, incluso a los pomanos, que no habría dejado de llamar la atención de los miembros del Satedrín –o Satandrín (hay fuentes que señalan que los miembros de este consejo habrían sido llamados también Satandrines o malandrines)- quienes no perdieron su tiempo y lo enjuiciaron por blasfemia, condenándole a morir en la Horca.
Ahora bien, como en aquel entonces Istael (que éste era el nombre que le daban los tullidos a su Estado) era una provincia pomana, y los tullidos no podían gobernarse por sí solos –y en consecuencia, no podían ejecutoriar ninguna condena emanada del Satedrín (que a efectos prácticos, pesaba menos que una hoja echada al viento para los pomanos)- los tullidos llevaron el caso de Yesús a un tribunal de Poma y lo rodearon, como siempre, de una cantidad considerable de intrigas. Se trataba de hacer que los pomanos hallaran a Yesús culpable de traición a Poma: tarea nada fácil de conseguir, pues Yesús había boconeado abiertamente el amor a los mismísimos pomanos. Pero acostumbrados como estaban los tullidos a tramar intrigas de toda índole y habiendo desarrollado la habilidad del verbo fácil y la capacidad de razonamiento intrincado, típico de las naturalezas rastreras, no les costó mucho poner las cosas de un tal modo que, lo que un principio era, a ojos vistas de cualquiera, lealtad, ahora podía ser visto como traición.  Y es que el espíritu del pomano, práctico y sencillo como era, no podía fácilmente contra los intrincados razonamientos y silogismos de la mente abstrusa de los tullidos; y terminaron, por ello, rindiéndose dócilmente, como siempre, a una lógica que contradecía el más elemental sentido común.  Y es que los tullidos eran expertos en dar vueltas las cosas, en poner todo patas para arriba.  Su ámbito natural -el dominio en el que más cómodamente se movían- era la mente y los frutos monstruosos de la mente (el silogismo incluido entre ellos).  El mismo Yesús de Nataret había sido una clara muestra de cómo, a través de unos pocos razonamientos intrincados y enrevesados hasta la aparente simplicidad, un toro podía terminar siendo una vaca, o un perro podía terminar siendo un pez.  Con su natural habilidad para los juegos mentales y la abstracción -que a los tullidos parecía venirles de su prolongado trato con el comercio y las transacciones de toda índole- los miembros de esta raza no tuvieron mayor dificultad para convencer al procurador pomano de la culpabilidad de Yesús y a éste no le quedó más remedio que condenarlo a morir ahorcado, por razones que, en el fondo de su alma, su sencillez le impedía comprender.  Fue así como Yesús fue ahorcado un viernes por la mañana, en presencia de unos cuantos pocos seguidores, a los que, según se dice, les habría prometido regresar.  Con la muerte ignominiosa de Yesús en la Horca se inicia la historia de cómo, este horripilante instrumento de la muerte, acabaría finalmente por desplazar a la Solvástika como ícono religioso de los solvastikanianos.
La historia es más o menos como sigue.  Una vez que Yesús desapareció forzosamente de la escena pública de Istael, los tullidos se dieron a la tarea de perseguir a sus discípulos.  Y aunque éstos eran pocos e insignificantes los tullidos pensaban que no había que darles tregua.  Les acosarían implacablemente, del mismo modo que ya antes habían perseguido a los seguidores del tatuísta, y en general, a todo aquel que no pensara como ellos.  Los tullidos eran rígidos y pérfidos, y se enseñaban con todo aquel que osara desafiarlos.  Por ello, aunque los seguidores del ahorcado –conocidos también como ahorquistas[4]- eran pocos, igual había que perseguirlos, pues nadie que osara desafiar a Istael debía quedar sin castigo.  Para esto, los tullidos se sirvieron de la ayuda de un soplón de primera, uno de los más cualificados agentes para el espionaje y el contraespionaje, un tal Zaulo de Farso[5], conocido mejor por su alias como el apóstol Dablo, o Diablo (no podemos garantizar aquí tampoco la exactitud del nombre).  Este pillo, sujeto de la peor ralea y salido de la más pútrida cloaca, oficiaba de agente secreto para los tullidos, esto es, de soplón a sueldo del Estado (un verdadero delator profesional).  La traición era el dominio en el que mejor se movía. Su tarea era filtrarse entre los grupos subversivos de la época y practicar la delación.  Se cuenta que entre todos los soplones del Estado no había ninguno más diligente que él.  Algunos piensan que su enconamiento en delatar le producía tal placer que sólo podía atribuírsele a un profundo instinto de maldad.  Zaulo de Farso era implacablemente cruel contra quienes dirigía su cizaña y fue por ello que se le encomendó la infiltración de uno de los grupos más molestos de esos días: los ya conocidos ahorquistas.  Zaulo comenzó su persecución de los ahorquistas de un modo implacable.  Pero he aquí que un día se le dio vuelta el paraguas y terminó por convertirse en el más resuelto de los ahorquistas.  ¿Cómo fue que sucedió esto?  La historia oficial cuenta que cuando Zaulo fue enviado a la isla de Solvástika a perseguir ahorquistas una luz le encegueció y le habló de esta forma: “Zaulo, le habría dicho la voz, ¿por qué me persigues?”.  Entonces Zaulo reconoció al instante que esa voz era la voz del ahorcado.  Poco importó entonces, a quienes escrutaron ese hecho, saber que Zaulo no había visto jamás en persona al ahorcado.  De tal modo que, si no le había visto ni escuchado ¿cómo podía saber que era el ahorcado quien le hablaba?  Lo cierto es que nunca se molestaron en aclarar esta cuestión y tan pronto como Zaulo recuperó su vista (a los tres días después de sucedido el hecho que relatamos) dejó de ser un perseguidor de ahorquitas y se convirtió en el más entusiasta seguidor del ahorcado.  Esto es, por lo menos, lo que cuenta la historia oficial.  Pero no es esta la única versión que existe de estos hechos.  Nuestras fuentes nos llevan a considerar, también, la otra versión de esta historia, ampliamente difundida entre nosotros desde que los hileristas, seguidores de un sabio guerrero de nuestros tiempos llamado Hiler, redescubrieran el valor y el símbolo de la Solvástika.  Esta es la otra versión de estos hechos.  Se sabe que cuando los ahorquistas, todos ellos de raza tullida, emigraron del continente a la isla de Solvástika, tuvieron mucha aceptación entre los nativos, quienes les acogieron en sus casas y asimilaron algunas de las ideas de su nueva doctrina.  Como no existía en Solvástika la pena de muerte por ahorcamiento los solvastikanianos no asociaron, en principio, el símbolo de la Horca con nada malo.  Intuitivamente algunos, eso sí, lo encontraron un poco estrafalario.  Pero prontamente no hubo ningún solvastikaniano que dudara en lo absoluto de sus nuevos huéspedes, los ahorquistas.  Y es que los nativos de Solvástika eran gentes sencillas, amables, confiadas; limpios de corazón y de espíritu.  Con el tiempo, incluso, hubo algunos solvastikanianos que terminaron por convertirse a la religión del ahorcado: en ellos yace el comienzo de la tragedia que vendrá después.  Cuando llegó al continente la noticia de que los ahorquistas estaban teniendo éxito en Solvástika, el jefe del Satedrín, un tal Kaipás Malandrín, no dudo en planear una nueva intriga para sacar provecho de esta situación.  “Si los solvastikanianos eran gentes tan simples y crédulas como parecen ser -pensó el jefe del Satedrín- quizá sea mejor irse donde ellos e instalarse a vivir allí”  Después de todo, ya nada podían hacer contra los pomanos; en cambio, los solvastikanianos ignoraban en absoluto cómo eran ellos, y dada su particular tendencia a confiar, resultaban ser un blanco perfecto para un nuevo engaño.  Fue entonces cuando Kaipás Malandrín ideó su malévolo plan.  Hizo venir a palacio al más pérfido de sus delatores, el ya conocido por nosotros Zaulo de Farso.  Y le dijo: “Quiero que vayas a Solvástika, la isla, y que te hagas pasar por ahorquista, y que prediques allí las mismas supercherías del ahorcado.  Quiero que todo el mundo en esas tierras se convenza de que tú eres el más entusiasta de los seguidores de ese farsante.  Y ya para cuando eso haya sucedido comenzarás a emborrachar la perdiz de los solvastikanianos, contando verdades a medias, mezclando mentiras con verdad, debilitando en todo su carácter y su moral.  Difundirás como si hubiese salido de la boca del ahorcado una nueva doctrina, una doctrina nuestra dirigida para ellos, con el objeto de debilitarlos y convertirlos fácilmente a nuestro antiguo evangelio, el de la usurocracia, que tantos dividendos nos trajo antiguamente, en la época de la globalización neoliberalista, cuando gobernábamos sin contrapeso el mundo, gracias a nuestros bancos, nuestra prensa, nuestra amada holiwud; y nuestro más amado aún sistema financista.  Se sabe que los solvastikanianos son gente sencilla y simple, pero también un poco duros de carácter, y apegados sobre manera a la tradición y a sus costumbres.  Pues bien, todo lo que prediques en nombre del ahorcado tiene que tener por objeto debilitar sus costumbres y su carácter.  Deberás ingeniártelas para que en lugar de la tradición amen los cambios.  Para ello promoverás una nueva ideología que llamarás ‘Revolución’.  Y la pintarás con los más vistosos colores, de tal manera que se vuelva atractiva a las masas del pueblo, que nunca entienden mucho de nada, y que siempre se dejan llevar únicamente por las impresiones, por aquello que ataca al gusto y al sentimiento.  Deberás hacer por tanto que la Revolución sea más atractiva que la Tradición; y para ello identificarás la revolución con el pueblo, y la tradición con los amos.  Así nos será más fácil debilitarlos y controlarlos.  Y por sobre todo, debes barrer con sus antiguos símbolos; de ese modo, tras unas tres o cuatro generaciones, ya no poseerán inconsciente colectivo alguno desde el que generar resistencias intuitivas hacia nosotros, cuando ya comience a hacérseles patente que les dominamos.  Debes cortar de raíz los símbolos que lo unen a sus costumbres y a sus tradiciones, y debes reemplazarlas por símbolos que fabriquemos especialmente para ellos.  De ese modo, y aunque en un principio no le hallen significado alguno, nuestros íconos terminarán por neutralizar y bloquear toda su vinculación existencial, cósmica e inconsciente con lo que eran sus arquetipos antiguos.  Nuestra historia patria devendrá su historia nacional, y nuestros patriarcas se convertirán en sus héroes.  Así, cuando nosotros decidamos irnos para allá, nos será más fácil instalarnos y comenzar de a poco a dominar a los solvastikanianos”.  De esa suerte fue que habló el jefe del Satedrín y Zaulo de Farso le obedeció al pie de la letra.  En el camino a Solvástika se convirtió al ahorquismo a través del truco que referimos más arriba. Predicó incansablemente en nombre del ahorcado una nueva doctrina que no le costó mucho recrear, pues las supercherías del carpintero de Nataret eran ya, de por sí, ampliamente debilitantes. Logró expandir por toda la isla las nuevas supersticiones, hasta que llegó el día en que el mismísimo rey de Solvástika se convirtió al ahorquismo.  Este rey, célebre por su estupidez (la cual, según se dice, era comparable en grados únicamente con su crueldad), fue quien terminó por completar la obra encomendada, siglos antes, a Zaulo de Farso.  Su nombre era Tontantino (llamado así por lo profundamente tonto que era), y fue, en los hechos, el verdadero creador del símbolo de la Horca.  Cuenta la leyenda que la noche previa a una batalla decisiva por el trono de Solvástika Tontantino tuvo un sueño.  En él vio una gran Horca y bajo ella la inscripción: “Bajo este signo vencerás”.  Bastó únicamente esa sujeción onírica para que Tontantino, acrítico como era, se convirtiera al ahorquismo e impusiera en todo la isla la moda de llevar colgado al cuello un collar con una Horca como símbolo de su adhesión a la nueva doctrina.  Los solvastikanianos, en realidad, temerosos del nuevo rey –pues sabido es que era cruel en una proporción similar a su tontera- se mandaron a hacer collares con símbolos de horcas por montones.  Y no faltó aquel que para congraciarse todavía más con el nuevo jefe de gobierno mandó a construir una Horca en el antejardín de su casa, de la que hizo colgar el maniquí de yeso de un ahorcado, en honor del mismísimo Yesús.  Con el tiempo se olvidó el temor y las horcas fueron llevadas por costumbres entre las solvastikanianos, como si se tratase de un nuevo símbolo redentor.  Tontantino, entonces, prohibió para siempre el símbolo de la Solvástika y la religión que le era afín.  A partir de entonces, todos en la isla deberían convertirse al ahorquismo.
Pero llegó un día en que un joven príncipe se opuso a la nueva doctrina.  Su nombre era Tuliano, conocido también como el apostata, por su ímpetu de renegado contra el ahorquismo.  Tuliano había comenzado su carrera como un bravo general al servicio de Solvástika.  Y fue en nombre de esta tierra que marchó a Poma a combatir a los Pleteyos, en los días de la Gran Guerra.  Fue en Poma que se enteró del verdadero significado de la Horca, y de la real naturaleza de los padres del ahorquismo.  Ya cuando la guerra terminó y Tuliano tuvo que volver a Solvástika se propuso extirpar de su tierra el maleficio que había caído con la llegada de los ahorquistas.  Lo primero que hizo fue confrontar el nuevo ícono de la religión ahorquista con el antiguo símbolo que había dado origen a la Solvástika.  Escribió un tratado que difundió por toda la isla.  En él resumía en unos pocos puntos las profundas diferencias que existían entre los dos símbolos en cuestión. Nosotros reproduciremos aquí las más significativas diferencias planteadas por Tuliano, conforme se nos impone por los asuntos que estamos narrando en estas líneas.  Las discrepancias entre el símbolo de la Solvástika y el símbolo de la Horca pueden resumirse, siguiendo a Tuliano, del modo que sigue:
1.      La Solvástika es un símbolo de la vida, mientras que la Horca representa la muerte. Tuliano justificó esto diciendo que la Solvástika, en la medida que representa al Sol y el Sol es el astro dador de vida por antonomasia, ella misma es un símbolo de la vida.  En cambio, la Horca, al ser en los hechos un instrumento al servicio de la muerte, no podía menos que representarla en su funcionamiento más patético, el que prescribe la muerte de los criminales más abominables.
2.      Al ser un símbolo de la vida, la Solvástika es también un símbolo de la buena fortuna y usado para promover las buenas vibraciones.  Esto le viene de su carácter fértil, pues la fertilidad es una de las características de la vida.  La Horca, en cambio, al ser un símbolo de la muerte, no podía menos que acarrear malas vibras y  ser, en todo, un ícono de la mala fortuna.  Nada bueno podía esperarse de un símbolo así.  Se sabe que hasta muy entrado el presente siglo los tullidos todavía lo usaban para proferir todo tipo de conjuros y maleficios.
3.      La Solvástika, al semejar con sus cuatro brazos el movimiento del Sol a través de las cuatro estaciones del año, era claramente un símbolo de fertilidad que llamaba a las buenas cosechas.  La horca, en cambio, al semejar a la muerte, sólo podía representar, en este sentido, la esterilidad y la petrificación.
4.      Al imitar la vida y llamar las buenas vibraciones la Solvástika despertaba el lado luminoso de la vida psíquica y lo potenciaba creativamente.  La Horca, en cambio, al ser un símbolo del horror, sólo podía incitar el lado sádico de la vida anímica, e inconscientemente llamar la atención, precisamente, de las gentes que, por su torcida naturaleza, tienen mayor predisposición hacia el delito, la crueldad y la truculencia.
5.      La Solvástika, al estar del lado de la vida, enriquecía a los individuos que vivían bajo sus auspicios, haciéndolos mejores personas, y dotando sus existencias de un sentido del acontecer que tomaba a la naturaleza como paradigma.  La Horca, en cambio, al ser un símbolo al servicio de la muerte y de claras connotaciones negativas, sólo podía echar a perder a las personas, hundiendo sus existencias en irracionalismo, faltas de sentido, caos anímico, y toda clase de desórdenes mentales y afectivos.
Cabe destacar también que la Solvástika era un símbolo natural, en tanto que la Horca era un invento humano creado originalmente para acabar con la vida de los criminales, parias, y delincuentes de la peor ralea.  Pero lo que es todavía más curioso, señalaba Tuliano, es que las gentes que comenzaban a guiar sus vidas por el símbolo de la Horca perdían toda conexión natural con su mundo interior.  Se volvían sujetos sin almas, sin espíritu.  Todo en ellos era ligereza y penosa mediocridad.  Se echaban a perder como personas.  Y ya no tenían la riqueza psíquica que solían tener.  Estaban, además, como estupidizados e hipnotizados por el nuevo símbolo; como si una especie de magia negra se hubiese llevado a cabo, a través de la Horca, en contra de ellos.  La gente ya no sólo colgaba a sus cuellos collares de Horcas con figuras de ahorcados hechos de los más finos y curiosos materiales, sino que también los antejardines y los livings de las casas se llenaron de Horcas con figuras de sujetos ahorcados.  Imagínense cuál fue la sorpresa de Tuliano el día que visitó a uno de sus antiguos amigos que se había convertido al ahorquismo.  Entró en su casa, y para su sorpresa, vio una enorme escultura tallada en bronce, de un tipo colgado de una cuerda de acero atada a la viga de un techo, con una expresión de dolor en el rostro, que sólo podía despertar en uno, los sentimientos más horripilantes.  Como esa figura en la casa del amigo de Tuliano, cientos de otras imágenes, retratos, esculturas, maniquíes, muñecos, etc., de sujetos colgando con una soga atada al cuello, hallábanse por todas partes en Solvástika.  En las plazas, en los antejardines de las casas, en los livings, en las habitaciones personales, en el cuello de las personas al modo de collares, etc.  El símbolo de la Horca se había vuelto omnipresente.  Estaba por todas partes.  ¿Cómo podía ser posible, se preguntaba Tualiano, que siendo la Horca un símbolo tan manifiestamente maléfico, hubiera gente que lo reverenciara como si se tratase de lo contrario?  De hecho, en los días de Tuliano, se habían puesto de moda unas películas llamadas de vampiros, donde los villanos eran sujetos venidos del otro mundo, que para subsistir precisaban de succionar la sangre humana.  El carácter maligno de estos sujetos quedaba atestiguado por el hecho de que eran criaturas de la noche que no toleraban la luz del día.  Pues bien, en estas películas se mostraba un curioso modo de combatirlos: la gente les ponía el símbolo de la Horca enfrente y lograba con ello alejarlos.  Esto no podía resultar más extraño al gusto y paladar exigente de Tuliano.  Si los vampiros eran seres maléficos, ¿cómo es que podía combatírselos exhibiendo un símbolo igualmente maligno como ellos?  Antes bien, hubiera hecho sentido que se los derrotara mostrándoles una Solvástika, que éste era por naturaleza un símbolo de la luz y de la bienaventuranza.  Pero no una Horca, que era un símbolo igualmente diabólico como los vampiros que pretendía alejar.  ¿Cómo  podía suceder que la gente no se diera cuenta de algo que era tan evidente?  Tuliano caviló y caviló, entonces, por días y semanas enteras, hasta que logró dar con una respuesta.  Los Solvastikanianos tenían que estar siendo hipnotizados.  El ícono de la Horca no sólo era un símbolo del horror, era también un instrumento de magia negra.  Apoyado por otro no menos curioso invento llamado Tonteravisión, un antiguo aparato ridículo que se había puesto nuevamente de moda en los días de Tuliano, los solvastikanianos estaban siendo manipulados e hipnotizados por un poder invisible.  A través de la Tonteravisión se les cortaba el circuito del pensamiento; y por medio de la Horca se les hipnotizaba.  Tuliano comenzó a sospechar que tras esta macabra acción debían hallarse los mismos corruptos de siempre, los tullidos y sus secuaces, los ahorquistas.  Y entonces decidió combatirlos con todo su puño y toda su fuerza.  Descubrió que tras la manipulación de los solvastikanianos, los usuristas (que este era otro de los nombres con que se conocía a los tullidos) y los ahorquistas buscaban el control y el dominio total de la isla, para así imponer su economía y terminar por subyugar y esclavizar la vida de todos en beneficio únicamente de ellos.  Tuliano reunió entonces a los mejores hombres de su época, los únicos que no habían sucumbido a la corrupción.  Éstos, entonces, se hicieron llamar “los buenos hombres” y combatieron hasta el último de ellos la maldición que se había extendido por toda Solvástika.  Pero no lograron éxito alguno, en su lucha contra los usuristas y los ahorquistas.  Al parecer ya era demasiado tarde.  La perfidia había penetrado hasta tal punto el alma de los solvastikanianos que ya no era posible volver atrás.  Hacía falta algo más que la voluntad y la inteligencia de un joven príncipe como Tuliano para exorcizar a estos demonios.  La buena nueva sólo pudo llegar muchos siglos después, cuando los guerreros hileristas, de quienes somos orgullosamente sus herederos, terminaron por purificar la antigua tierra de Solvástika, expulsando a todos aquellos espíritus inmundos de la isla.  Su líder, el joven guerrero Hiler, fue quien trajo a nuestras tierras del continente el nuevo evangelio.  Y con ello hemos comenzado a purificar, también hoy, nuestro país.  Nuestra tarea aun no concluye.  Pero sabemos que, igualmente que sucedió en esa isla llamada Solvástika, también aquí volverá a brillar la vida, el sentido y la sensatez que una vez, hace mucho, existió entre los hombres.